“Amar a la vida a través del trabajo,
es intimar con el más recóndito secreto de la vida.” (Gibrân Jalîl Gibran)
Corría el segundo lustro de la difícil década de los años setenta (70), con toda la consecuente limitación económica y represión política que propiciaba el régimen de turno. Para esa época mi familia vivía en el entonces Paraje El tanque (La Salvia), un sector rural dedicado mayoritariamente al cultivo agrícola y a la producción hatera.
Nuestros padres, Don Ñico Amadís y Doña Victoria Rodríguez, creían fielmente en los valores pulidos al calor del trabajo y los estudios, y precisamente en esa etapa de la vida era menester ocuparse en el trabajo para así contribuir al sostenimiento del hogar.
Al momento de buscar donde trabajar, el único lugar en que nos podían recibir, así adolescentes como éramos, mi hermano Freddy Hilario y el autor de esta nota, con edades oscilantes entre los 13 y 14 años, era en la finca agrícola de Doña Blanquita Vargas.
Recuerdo como ahora, que llegué un sábado en la mañana y solo trabajé hasta el mediodía, y por esto percibí 60 centavos, lo cual era mucho dinero para la época, Freddy se integró más luego al trabajo (el jornal por un día completo era un peso con veinte centavos).
Al servicio de aquella distinguida dama, la cual era la primera en encabezar los frentes de trabajo agrícola, nos dedicábamos a la recolección de frutos, al desbroce de hierba, a la preparación de los predios para la siembra; en fin, a todo tipo de labores del campo productivo. Y recibíamos un excelente trato de nuestra empleadora.
Doña Blanquita Vargas nos dispensaba cariño, nos aconsejaba, nos corregía cualquier mal comportamiento; en pocas palabras fue esta excelsa señora la que enseñó a los muchachos del Paraje El tanque y Los Pedregones, el valor del trabajo.
A ese ejército de mozalbetes transmutados en pequeños obreros agrícolas, Doña Blanquita Vargas, le llamaba los Jiriguaos. Éramos los Jiriguaos de Doña Blanquita, y ese mote se nos quedó para siempre, en la Salvia todos saben quiénes eran los jirguaos.
El carácter de Doña Blanquita Vargas era extraordinario, una mujer muy afable, pero recta y organizada, amante del progreso; de ahí que pudiera procrear una familia tan admirable, integrada entre otros por el pundonoroso Coronel Constitucionalista (r) Don Randolfo Núñez Vargas, el perspicaz ingeniero Don Alfredo Núñez Vargas, la distinguida Doña Mariana Núñez Vargas y mi inolvidable amigo y siempre bien recordado, Pedrito García Vargas.
Como les he narrado, de Doña Blanquita Vargas aprendimos el valor del trabajo, porque ella lo enseñaba con el ejemplo, no con palabras; esta señora fue un monumento a la integridad y al decoro.
Al saber de su partida a la morada celestial, debo inclinarme reverente antes su memoria, y rogar al Supremo Legislador del Universo que le guarde, que le proteja en el lugar destinado a las personas que hacen de la vida un homenaje al trabajo digno, a las que predican con el ejemplo, a las que dispensan sincero afecto a los adolescentes para que no desvíen su senda, porque todo eso fue en vida DOÑA BLANQUITA VARGAS (q.e.p.d.).
Waoooooo..... Muchisisimas Gracias en nombre de mi familia por tan bellas palabras hacerca de mi abuela!!!!!! Hoy dia pude leer esto y sentirme muy orgullosa de todos en mi familia!!!!!!!! Gracias por tener esta atencion en memoria de mi abuela!!!!!!!!
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